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René Guénon o la madre de todas las confusiones

René Guénon o la madre de todas las confusiones

Reproducimos o interesante artigo de Ernest Milà, extraido do seu blogue INFOKRISIS. A ligazón para os interesados, está no noso blogue . :

¿El "mito inmovilizante"? Es una de las desembocaduras posibles del pensamiento tradicional: si vivimos en la actualidad en una "edad oscura" que responde a la etapa final de un ciclo cósmico, cualquier cosa que hagamos nosotros, pobres mortales, no conseguirá jamás remontar la pendiente de la decadencia y, por tanto, lo más adecuado es replegarnos en nosotros mismos, evitar cualquier "acción exterior" (la actividad política, entre otras cosas) y esperar a que las propias leyes cíclicas del cosmos generen, automáticamente, un nuevo ciclo áureo... Así pues, nada puede hacerse, por que nada se conseguirá... ¿entienden por qué aludimos a que el "mito inmovilizantes" es una de las desembocaduras más perversas del pensamiento tradicional? Sin embargo, existen otras desembocaduras, igualmente, paralizantes. La primera de todas es la indefinición de las propias posiciones. Algunos guenonianos niegan las implicaciones políticas de la obra de René Guenon...


¿IMPLICACIONES POLÍTICAS EN LA OBRA DE RENÉ GUÉNON?

Faltaría más. El artículo que circula hace varios años, firmado por Pietro Nutrizio, nos sitúa ante el gran problema de los guenonianos de estricta observancia: su falta de compromiso con la realidad y su adhesión, muy con mucha frecuencia exclusivamente teórica e intelectual, a lo metafísico en detrimento de lo real y como alternativa a lo cotidiano, sellando una escisión esquizofrénica entre lo vivido y lo deseado, lo pensado y lo realizado. Una de las situaciones menos “tradicionales” que pudieran darse.

Defender que la obra de Guénon carece de implicaciones política equivaldría a decir que la ley de la gravedad no tiene implicaciones físicas. Cuando se tiene tendencia a asomar más de medio cuerpo fuera del balcón, antes o después se cae, tal es el fatal determinismo de la física. Cuando se realiza una crítica al mundo moderno, desde luego, lo que no se está defendiendo son posiciones “progresistas”. Evola, que en esto de asumir compromisos políticos no tiene problemas, define en “Los hombres y las ruinas”, en términos políticos, el “tradicionalismo integral” como “revolución conservadora” y, desde luego, es la clasificación que mejor le cuadra.

Ahora bien, cuando se pretende estar por encima del bien y del mal, de lo divino y de lo humano, está claro que todas las clasificaciones “mundanas”, huelgan. E incluso son negativas porque permiten las simplificaciones: Guénon sería una forma de pensamiento conservador situado en el mismo saco que Evola y, probablemente, que Jünger. Mal asunto para quienes han tenido tendencia a adornar a Guénon con la aureola de la infalibilidad. Frecuentemente, los guenonianos han tenido tendencia a ir más allá de donde el propio Guénon llegaba.

Si el mundo tradicional era un mundo integrado en el que religión, sociología, historia, política, sexualidad, trabajo, se situaban en distintos planos, pero todos partícipes de la misma realidad, resulta evidente que el “tradicionalista integral” tendrá una opinión sobre cada uno de estos planos, resulte cómodo o incómodo formularla. Una doctrina es la suma de una interpretación de la historia, una sociología, una política, una sexología, etc. Está claro que, por ejemplo, Guénon no aportó absolutamente nada sobre sexualidad, pero no por ello, el “tradicionalista integral” está forzado a eludir la materia. Hubo de llegar Evola para reunir materiales sobre este tema en “Metafísica del Sexo”. La opinión de Guénon sobre la alquimia y el hermetismo, fue particularmente hostil y limitada; Evola desarrolla el tema en “La Tradición Hermética” desde un punto de vista tradicionalista irreprochable que parte de la distinción guenoniana entre civilizaciones tradicionales y civilizaciones modernas. La masonería y el rosacrucianismo, es analizada por Evola en la última parte de “El Misterio del Grial y la Tradición Gibelina del Imperio” y luego, desarrollada, en varios artículos refundidos en un volumen único sobre la masonería. Ningún lector de Evola se llama a engaño: ha sido vacunado y no se aproximará a una logia con la esperanza de adquirir algo que allí precisamente no encontrará, una iniciación tradicional efectiva.

Incluso en el terreno de la metafísica y la acción tradicional, hace falta “mojarse”; mojarse implica comprometerse. Y un intelectual debe comprometerse, so pena de crear la confusión entre sus lectores.

Los libros de Guénon se han traducido a todos los idiomas y hoy son accesibles en Internet para quien quiera leerlos. Guénon ha tenido discípulos notables que se han inspirado en sus escritos y, a su vez, han escrito otros textos no menos inspirados. Incluso en ambientes masónicos es de buen tono realizar alguna cita de Guénon. Frecuentemente, los seguidores de Guénon se han reclutado en la vieja extrema-izquierda trotskysta, la que mejor se ha aproximado, por el paroxismo dogmático y la sistematización obsesiva propia del ambiente ideológico del que procedían. Lo sorprendente, en realidad, es la multiplicidad de formas e interpretaciones diferentes que han surgido de las distintas lecturas de Guénon: la falta de concreción hace que cada cual, en medio de una subjetividad absoluta que tiene mucho que ver con las imprecisiones de la obra guénoniana, asuma aquel aspecto que le interese más o que esté más predispuesto a asumir. Ciertamente, la obra de Guénon predica la objetividad, pero es, en sí misma, subjetiva (a este respecto los contenidos de las “Recensiones” de Guénon son de una dureza difícilmente igualable que destila poca serenidad).

Desde 1945, toda doctrina que no se considere políticamente progresista está desacreditada de partida. Los guenonianos de estricta observancia consideran que es mejor huir de cualquier definición política –aunque el pensamiento de Guénon lleve directamente a orientaciones “conservadoras” y no, precisamente, al progresismo más acrisolado- para lograr un cierto “reconocimiento” que facilite la difusión de su pensamiento. Dice Pietro Nutrizio: “la doctrina que se expresa en la obra Guénoniana escapa por su naturaleza propia a cualquier contaminación política en el sentido moderno -sean cuales sean, por otra parte, sus tendencias y "coloraciones"". Al parecer, “contamina” todo lo que obliga a pronunciarse, a tomar partido, a llegar a las últimas consecuencias “físicas” de un pensamiento planeante en las altas esferas de lo “metafísico”.

Los Guenonianos y el propio Guénon, sitúan su pensamiento a tal “altura” que resulta imposible realizar un engarce con la realidad contingente. Cualquier intento de “restauración tradicional” debe, pues, realizarse en el “plano metafísico” y, por tanto, debe contar con la colaboración de fuerzas “trascendentes”. Nutrizio explica: “su puesta en acción, para que sea verdaderamente eficaz, debe provenir de una fuente intelectual trascendente y universal que sea al mismo tiempo su justificación y su garantía”. Dicho de otra manera: para que valga la pena intentar un esfuerzo tradicional, habrá que contar con una “élite” inspirada por “lo divino”. No es nada original. El pensamiento católico tradicional lo sostiene desde la más remota antigüedad y la teología católica lo ha explicado en distintas épocas.

Si existía un medio capaz de entender este mensaje eran precisamente los medios católicos y, probablemente, si el pensamiento guénoniano se hubiera formulado de una manera más inteligible, no se habría diferenciado mucho de una teocracia sacerdotal, pura y simple. Y en los años en los que Guénon formulaba todas estas ideas, existían grupos monárquicos que sostenían, precisamente, lo mismo. Evola lo entendió sin dificultades y lo mantuvo hasta el final de su vida. Eran los monárquicos tradicionalistas quienes mejor podían entender el mensaje del tradicionalismo integral. Ahora bien, estos sectores estaban, políticamente, implicados en batallas perdidas. De hecho, en el siglo XX eran ya arcaísmos que, cuando intentaron “adaptarse” se rompieron en mil pedazos (en este sentido, las vicisitudes del carlismo español son significativas de lo que ocurrió en este sector). Los jacobitas ingleses, los legitimistas franceses, los monárquicos italianos, el Herrenklub prusiano, no estuvieron en condiciones de reformular sus principios haciéndose atractivos para la sociedad moderna y no advirtieron a tiempo la velocidad asindótica con la que cambiaba el mundo desde principios del siglo XX.

La obra de René Guénon, claro que tiene implicaciones políticas, sólo que Guénon fue el primero en huir de este terreno, pero no puede eludirse reconocer la realidad tanto de su contenido como de ciertos contactos. Guénon no colaboró jamás con “L’Humanité” órgano del Partido Comunista de Francia, ni con la “Pravda”, del Partido Comunista de la Unión Soviética, ni siquiera con el “New York Times”, pero pudo publicar sus artículos en la revista “Il Regime Fascista”. Evola lo introdujo, aun a pesar de que él tampoco era fascista, valoraba los aspectos del fascismo y sus posibilidades para favorecer la extensión de las ideas tradicionalistas, de la misma forma que luego se adhirió –sin ser fascista- a la República Social Italiana, cuando la guerra estaba perdida y quienes asumieron esa opción eran, seguramente, los elementos más sinceros: una “élite” que resistió hasta los últimos días de la guerra los bombardeos americanos, las exacciones y crímenes de los partisanos, la indiferencia y la traición.

Y es que si estamos hablando de “élites”, la prueba del fuego es la mejor de todas. Lo más dramático para los medios guenonianos es que, frecuentemente, las élites tradicionales se forman al margen suyo, incluso desconociendo sus tesis, mientras que, los grupos que responden a las líneas guénoniamas (véase la difusión del budismo tibetano en Occidente, por ejemplo) ha resultado catastrófica, incluso para los propios tibetanos. No hay élite sin prueba, no hay prueba que no implique compromiso, no hay compromiso en la ambigüedad. La obra de Guénon al desconsiderar sus desembocaduras prácticas, introduce un peligroso elemento de ambigüedad y duda. Para colmo, algunos de sus partidarios de estricta observancia, al negar la ubicación del pensamiento guénoniano en la “derecha cultural” y al evitar tomar partido, han tendido a acentuar los aspectos teóricos, las discusiones intelectuales sobre el sexo de los ángeles, sobre la práctica (¿qué practica?, a todo esto) tradicional.

Si no se recomienda ninguna vía práctica, lo que se está induciendo es a permanecer en el terreno de la intelectual y libresco y en lo meramente especulativo. El narcisismo propio de lo humano hace que, acto seguido, aparezca la noción de “élite”. “Domino la casuística guénoniana, luego pertenezco a una élite intelectual”. Cuando en realidad el concepto debería ser “Practico una vía tradicional, luego aspiro a formar parte de una élite espiritual”.

La figura de Guénon, no lo olvidemos, surgió del magma de los medios ocultistas franceses. Llama la atención algunos contactos de su juventud y algunas de sus iniciativas en aquella época, que pueden ser calificados, pura y simplemente, de pueriles y resulta difícil explicar cómo logró tomarse en serio a algunos de los personajes que aparecieron en su vida en aquellos momentos. Así mismo, hay que leer el “Dossier Reyor” para advertir que, también en él, existía una diferencia notable entre los principios que sostenía y la realidad de quien lo sostenía. El Guénon, adicto al tabaco, dice muy poco de las técnicas que utilizó para ejercer un dominio sobre sí mismo. La violencia con la que ataca en sus recensiones, a algunos de quienes no compartían exactamente su posición, aun situándose en el mismo terreno, dice menos sobre su serenidad interior. Lo ambiguo de algunas de sus consideraciones sobre temas capitales (la “contrainiciación”, por ejemplo y sus formas de manifestarse, las famosas “desembocaduras prácticas”, por citar unos ejemplos) dan la sensación de que, en el fondo, existe una debilidad teórica. Reyor explica en su dossier que en sus conversaciones con Guénon nunca llegó más allá de lo que se decía en sus libros.
En la cuestión de la “forja de la élite”, Guénon y Evola están de acuerdo: es preciso reunir a una “élite espiritual” para acometer un trabajo de “reconstrucción tradicional”. Bien, pero ¿cómo se forma esa élite? O dicho de otra manera: ¿cómo la élite demuestra que es tal? En la realidad, no en el platónico “mundo de las ideas”. De ahí que Evola recomiende la vía de la acción política como forma de voluntarismo, activismo, renuncia a uno mismo, entrega, sacrificio, voluntad y fortaleza para construir el propio destino. De las muchas vías posibles, la política es la que entraña más dificultades y riesgos. Ahí la “prueba” es mayor. Y es ahí, precisamente, en donde la élite se forja con mayor dureza.

Lo que dice Guénon en torno a esto, sin embargo, es descorazonador e implica altas dosis de idealismo y optimismo: "En suma, la élite trabajará primero para sí misma, puesto que, naturalmente, sus miembros obtendrán de su propio desarrollo un beneficio inmediato y que no podría faltarle, beneficio que constituirá por otra parte una adquisición permanente e inalienable; pero, al mismo tiempo, y por ello mismo, aunque menos inmediatamente, trabajará también necesariamente para el occidente en general, pues es imposible que una elaboración como ésta de la que se trata se efectúe en un medio cualquiera sin producir más tarde o más temprano considerables modificaciones; además, las corrientes mentales están sometidas a leyes perfectamente definidas, y el conocimiento de estas leyes permite una acción de una eficacia muy distinta a la derivada del uso de medios totalmente empíricos". Traducido a términos más comprensibles: una élite dueña de sí misma y dotada de conocimiento metafísico, primero se forjaría a sí misma y luego intervendría para rectificar el rumbo de “el occidente en general”; al conocer las leyes que dominan las “corrientes mentales”, tendría de una eficacia inigualable… o no, vaya usted a saber. El narcisismo propio de las pretendidas élites suele hacer perder perspectiva.

Comentando este texto, Nutrizio añade: “Lo que acabamos de decir nos parece suficiente como para que se comprenda que la obra de R. Guénon no puede en absoluto integrarse en acción o "cultura" alguna que tenga relación directa o indirecta con un tipo cualquiera de "política". Vamos a ser claros: la frase de Guénon que se acaba de citar, extraída de “Oriente y Occidente” y a la que Nutrizio otorga tanto valor, apenas es un compendio de vaguedades de tal manera que resultaría difícil ser más ambiguo. Porque ni hay élite, ni hay estructuras para alumbrar esa élite inencontrable, ni hay “pruebas” para demostrar que quien se pretende miembro de la élite, verdaderamente lo es. Es famoso que Theodor W. Adorno era capaz de elaborar una teoría completa sobre la sexualidad y el comportamiento sexual de los adolescentes… pero murió tras recibir la impresión de que una alumna se le desnudara en clase. Una cosa es enunciar una tesis coherente, otra muy diferente vivirla a dos metros de distancia. Adorno falleció en el intento. Guénon se tuvo que ir a El Cairo.

Las querellas intestinas –hasta lo ridículo, hasta lo absurdo, hasta la carcajada, hasta la payasada- que han protagonizado los medios Guenonianos (insistimos, hay que leer detenidamente el texto de Jean Reyor para hacernos una idea de lo que ocurría en los medios guenonianos, incluso con Guénon vivo) no dicen mucho a favor de la “élite” Guénoniana.

A decir verdad, en el medio guénoniano, se huye de la prueba. La “élite” se confirma en la práctica, sin embargo la práctica guénoniana, no confirma la existencia de una “élite” guénoniana, sino, como máximo, la existencia de unos guenonianos dispersos que tienen respuestas diferenciadas en muchos órdenes de la vida; el polític,o por ejemplo. Y dicha diversidad es hija directa de la calculada ambigüedad, las medias palabras en las que no se sabe si se sabe más de lo que se dice o, simplemente, es una forma elegante de decir algo sin decir nada, las frases en las que se deja en el aire lo que verdaderamente se ha querido decir y, por tanto, posibilitan distintas interpretaciones.

Para que haya “élite intelectual” debe de haber “iniciación regular”. Tal es la tesis de Guénon. Evola lo acepta esto, pero añade: “Dado que los ritos de iniciación se han alterado y la transmisión regular es discutible, los ritos iniciáticos han perdido eficacia, por tanto las ceremonias iniciáticas no son ni necesarias, ni suficientes para forjar una élite”. El ritual del tantra de Kalachakra, administrado por el Dalai Lama, teóricamente, sirve para preparar a la élite que formará en el momento de la batalla final contra las fuerzas del mal en defensa de Shamballa. Todo esto está muy bien… pero cuando se asiste a la ceremonia del tantra de Kalachakra y se mira al personal sentado en la postura del loto, uno está en su derecho de dudar de la eficacia de la iniciación e incluso de la inadecuación de algunos de quienes lo reciben, aptos sólo para cualquier otra cosa que no sea para liar porros. Y otro tanto habría que decir en relación a los obispos del Palmar ordenados por un obispo católico de forma “regular pero ilegítima” que, a su vez han ordenado a docenas de obispos, en ceremonias no menos “regulares” y no menos “ilegítimas”. Detrás de todo esto lo que se encuentra es un obispo católico vietnamita, bellísima persona, engañado por un grupo de aventureros sectarios. Nada más. Pretender ver en la ceremonia de ordenación del conocido homosexual sevillano conocido como “La Vespa”, hoy elevado al rango de anti-papa, algo más que un error, nada más que un error y solamente un error, es “cogérsela con papel de fumar” y caer en discusiones ridículas ante una enormidad tan evidente como la del Palmar; en síntesis, la mejor forma de desacreditar por vía del absurdo, la doctrina que se pretende defender sobre la “regularidad iniciática”.

¿Hay que recordar que en los medios de los que salió Guénon –y a los que pronto superó ampliamente- este tipo de majaderías estaban en el ambiente y cualquier especie de “obispo” gnóstico, ordenado “regularmente” por cualquier obispo o seudo-obispo, a su vez iniciado por algún obispo “regular” de los márgenes de la Iglesia Ortodoxa, repartía dignidades eclesiásticas? Hasta 1909 u 11, Guénon frecuentó estos medios. A la muerte del patriarca de la Iglesia Gnóstica, le propusieron que asumiera la dirección del grupo. Guénon se excusó, educadamente.

El idealismo de Guénon y de los medios guenonianos es, en ocasiones, una lacerante muestra de ingenuidad a toda prueba. En especial en este terreno de la “iniciación”… que es precisamente el eje central de la temática Guénoniana y, precisamente, donde anida su eslabón más débil en tanto que el más alejado de la realidad.

EL REFUGIO DE LO IDEAL COMO FORMA DE RUINA ENTRE LAS RUINAS

Entre el mundo ideal y el real existe un abismo. Guénon debía de saberlo. Evola siempre lo tuvo presente, de ahí que su teorización sobre la realidad y su análisis fuera mucho más coherente y detallado que el de Guénon. Se puede decir, gráficamente, que Guénon acierta en la lejanía, aludiendo a grandes períodos y ciclos históricos y apunta las líneas de tendencia, pero elude el “cuerpo a cuerpo” con la realidad del momento. Evola, por el contrario, está permanentemente en guardia: cada momento histórico-político le sugiere una vía de la acción. La de ayer no será igual a la de mañana, por que algún elemento de la situación ha cambiado.

El Evola de 1926, propone vías de acción muy diferentes al Evola de 1949 y al Evola de 1968. En Evola hay un permanente esfuerzo por estar en guardia que evidencia un gran sentido de la realidad y un esfuerzo de percibirla tal como es, sin idealismos, sin adulteraciones, sin esquemas interpretativos rígidos que, finalmente, hay se terminan encajando a martillazos.

Se suele decir que Evola completa a Guénon, algo que los Guenonianos de estricta observancia rechazan en bloque: Guénon es, en sí mismo, completo y es a partir suyo y solamente a partir suyo, en donde se encuentran todos los recursos necesarios para entender lo que es “la tradición”. Esos mismos, en el ejercicio pleno de su ortodoxia, opinan que Evola adulteró a Guénon, lo hizo discurrir por canales peligrosos (las proximidades del fascismo), que Evola no tiene en cuenta el “hecho iniciático” y que, finalmente, su doctrina sobre la “Luz del Norte” y la “Luz del Sur” no es tradicional.

En el fondo de sus diferencias, el hecho es que Guénon era un espíritu, en realidad, más teórico que contemplativo, mientras que Evola tiene un perfil llamado a la acción. Ni Evola ni Guénon buscaban discípulos, pero lo cierto es que todos los jóvenes que entre 1950 y 1972, acudieron a visitarlo, recibieron consejos, enseñanzas en forma de cursos y pudieron conversar ampliamente con él. Y siempre, en todo caso, quedaron muy claras cuáles eran las “desembocaduras” que recomendaba. Y estas variaron, por que el tiempo era cambiante.

En 1949, Evola redacta “Orientaciones”, un verdadero manifiesto para el combate. Esa pequeño documento fue utilizado por las últimas generaciones de combatientes de la República Social y por los primeros militantes del Movimiento Social, para movilizarse contra el sistema surgido de la derrota del 45, la masacre que siguió y la ocupación de Europa por la URSS y EEUU. Para Evola, en aquel momento, el combate político era el marco en el que se debía de forjar una nueva aristocracia. De hecho, él mismo veía en el Comandante Borghese un ejemplo a seguir para las jóvenes generaciones: aristócrata, combatiente, militante político.

El desarrollo de las ideas de “Orientaciones”, “Los hombres y las ruinas”, siguen siendo hoy obras fundamentales del pensamiento de la Derecha posterior a la guerra mundial. Se abordan los temas claves del momento. Se apuntan ideas, problemas, planteamientos, soluciones, elementos de programa. Pero la penetración del estilo de vida americano en Europa, fue demasiado profundo como para que este planteamiento pudiera triunfar. Si bien es cierto que miles de jóvenes leyeron “Los hombres y las Ruinas”, se identificaron con su análisis, encontraron una idea para vivir y una solidez ideológica en “Revuelta contra el mundo moderno”, lo cierto es que, en 1969, este ambiente no había podido sobreponerse a la corriente de la decadencia europea y la contestación abrió una nueva brecha. Evola lo había previsto antes, cuando publicó “Cabalgar el Tigre”.

El Evola de “Cabalgar el Tigre” es una corrección del Evola de “Los hombres y las ruinas”. Mientras éste llamaba a la acción contra el sistema, el “último Evola”, el de “Cabalgar el Tigre”, crea otra vía. Percibe en los procesos de disolución más avanzados, verdaderas “ayudas” para la restauración tradicional. Cuando analiza la familia, dice: no es la familia tradicional la que se ha hundido, sino la familia burguesa. O cuando examina el nihilismo contemporáneo y concluye que la grandeza de estos tiempos es que nos obligan a ir más allá del nihilismo por que ya no existe nada a lo que agarrarse, como a un clavo ardiendo. Mientras quedaba alguna esperanza (incluso la esperanza Guénoniana en la “iniciación”) el nihilismo no era absoluto, se permanecía “más acá” del mismo. A partir del reconocimiento de que ya no hay estructuras tradicionales de ningún tipo capaces de remontar la pendiente de la decadencia, a partir de la enumeración de los procesos disolventes que se producen a partir de mediados de los años 60, teniendo todo esto claro y bien presente… si se sigue permaneciendo en pie entre las ruinas, es posible situarse más allá del nihilismo. No hay ni un clavo ardiendo al que asirse: ni iniciación, ni organizaciones tradicionales, ni Estado digno de tal nombre, ni modelo histórico, ni referencia, nada, es el nihilismo absoluto que hay que superar para llegar a la otra orilla.

Evola es consciente de que la política preconizada en “Los hombres y las ruinas”, planteando un combate frontal contra el sistema, es, a partir de ahora, inviable. Si uno intenta detener un alud –y la crisis del mundo moderno, tiene las características de un alud imparable- es arrastrado, inevitablemente, por él. Ahora bien, si la sociedad moderna se percibe con otros ojos, es decir, como la inevitable profundización en la noche oscura que aproximará al nuevo amanecer, entonces, la actitud correcta consiste en no dramatizar en exceso la importancia de los procesos disolventes, encuadrándolos como momentos inevitables de un sistema que tiende a sus consecuencias últimas: la crisis de la familia burguesa, abre el paso a formas de reconstrucción de la familia tradicional; la crisis de los Estados-Nación abre las puertas a la idea de Imperium; la decadencia de “lo político”, permite pensar que, en el límite, volveremos a recuperar la noción de Gran Política; el callejón sin salida de las filosofías existencialistas llevará a una recuperación de la metafísica, no en tanto que especulación, sino como método para adentrarse en el mundo situador más allá de lo físico; la crisis del ejército de leva, permite hablar de nuevo del “guerrero”; y así sucesivamente. Si bien es difícil remontar una pendiente mientras se produce la caída, cuando se ha tocado fondo es más fácil “reaccionar” asumiendo el modelo más alejado de las consecuencias y formas terminales de la última etapa de decadencia.

El Evola próximo al final de su vida, es el Evola que mantiene íntegro el entusiasmo de su juventud. La idea es que estamos ante un “sálvese quien pueda”, las formas tradicionales se hunden, la vida moderna no facilita el seguimiento de una vía tradicional, así pues, es necesario “asomarse al interior”, cada ser humano es una fortaleza, un castillo, que tiene a su alcance los mecanismos suficientes como para alcanzar el límite de sus posibilidades humanas (poco importa si Guénon lo llama “Pequeños Minsterios”). El Zen es una vía desprovista de cualquier aditamento superfluo, una vía desnuda en su pura esencialidad: un ser humano, sentado ante un muro, pero también permite la práctica en la vida cotidiana; mientras se camina, mientras se come, mientras se duerme, y es posible adaptarlo a cualquier forma de vida moderna: el zen en las ventas, el zen en el arte del mantenimiento de la motocicleta, el zen en el arte de la informática, el zen en el tiro con arco, el zen en el arreglo floral, el zen en la lucha con espada, el zen en las artes marciales… Por lo demás, el zen es compatible con cualquier religión: no exige creer ni en Yavhé, ni en Mahoma, ni en la Trinidad. Los ateos no tienen obstáculos en seguir la vía del zen, pero tampoco ninguna religión interfiere con su práctica. No es una creencia, es una práctica. A decir verdad, es una serie de trucos para alcanzar la plena conciencia de sí mismo, el despertar. Demasiado simple para la escolástica guénoniana.

LAS “DESEMBOCADURAS” EN LA OBRA DE RENÉ GUÉNON O LA RUTA DE LA IRREALIDAD

No existe “vía tradicional”, sin “práctica tradicional”. Una teoría tradicionalista que no tenga aplicación práctica, conduce directamente al intelectualismo, esto es al cultivo del ego, a su refuerzo y a su saturación, por no hablar de la pedantería, el snobismo y la fatuidad. Así pues, la obra de Guénon solamente tiene sentido si, a partir de ella, se accede a algún tipo de prácticas concretas. Y aquí empiezan los problemas, por que Guénon soluciones, lo que se dice soluciones, no ofrece. O lo que es peor, sus “desembocaduras” son impracticables y, en cierta medida, desdicen la teoría.

Se conocen las “desembocaduras” propuestas por Guénon: una sería la masonería… la otra la Iglesia Católica. Lo cual resulta sorprendente, habida cuenta de la ruptura histórica, ciertamente brutal, entre masonería e iglesia. Y mucho más significativo es la ausencia de consideraciones sobre la Iglesia Ortodoxa que, en muchos sentidos –la doctrina sobre los iconos, por ejemplo, y la liturgia- está más próxima a los orígenes y que, por lo demás, es perfectamente accesible a los europeos.

Sobre la masonería cabe decir que, efectivamente, en la segunda parte del siglo XX, ha aparecido en el interior de las logias europeas, algunos masones inspirados por Guénon que han llevado su análisis a las “planchas” realizadas en las logias. Pero hace falta ser claro: se ha tratado de elementos aislados, cuyos trabajos han servido para dar cierto “empaque” intelectual a algunas publicaciones y webs masónicas… pero que apenas interesan al grueso de los afiliados atraídos a la masonería por otros motivos muy diferentes.

Hoy no puede afirmarse que, en rigor, exista una masonería “próxima a las tesis de Guénon”. Ni mucho menos. Basta conocer el ambiente que se respira en las logias de Europa Occidental para advertir que, hace ya décadas que dejaron de “elaborar ideas” y que, de ahí ha derivado la crisis de la masonería moderna. No hay que olvidar que la masonería tuvo la iniciativa cultural en Europa y América durante dos siglos. Las logias masónicas están relacionadas directamente con la difusión de la ideología burguesa que llevó a las revoluciones democráticas en todo Occidente. Puede decirse que las logias fueron el “partido de la burguesía revolucionaria”. En las logias se fraguaban las “conspiraciones democráticas y liberales”, pero también las ideas que después ilustraban los regímenes construidos. Cuando en la segunda mitad del siglo XX, este impulso cesó, la inercia hizo que la crisis de la masonería tardase en manifestarse, pero finalmente, en las dos últimas décadas del milenio, apareció en toda su brutalidad: si las logias habían dejado de producir ideas, sólo quedaba la fraternidad masónica, pero esa fraternidad quedaba atenuada y rectificada por la entrada masiva de gentes que, más que identificación con los ideales de “libertad, igualdad y fraternidad”, lo que buscaban era el “apoyo mutuo”, es decir, entrar en una red de tráfico de influencias que, en sus peores momentos, ha transformado la “fraternidad masónica” en “complicidad”. La logia P-2 es buena muestra de lo que decimos, como episodios de amiguismo, corruptelas y estafas puras y simples que han acompañado la andadura de todas las Grandes Logias europeas en los últimos veinticinco años.

Pero Guénon no podía llamarse a engaño en los años 20. Por entonces, era evidente, demasiado evidente que la militancia en la masonería francesa tenía profundas “implicaciones políticas”. La masonería influyó particularmente en la República francesa de las entreguerras y no puede decirse que fuera un gran ejemplo para la sociedad de su tiempo. En los grandes escándalos de la República (como por lo demás en el affaire del “estraperlo” en España), la masonería fue omnipresente.

Para Guénon todo esto no es significativo: “un principio no puede confundirse con la aplicación que del mismo hace una estructura organizativa”. Bien. El comunismo es un gran avance, pero Pol Pot era extraordinariamente perverso. La masonería era una institución “tradicional” y, por tanto, su iniciación era “válida”… a pesar de que algunos de los máximos dirigentes de las Grandes Logias estuvieran implicados en aquellos momentos en escándalos en sus países respectivos. Ahora bien, también es posible que el GULAG y Pol Pot estuvieran implícitos en el minucioso análisis de Marx y Engels y que en la ideología burguesa de las logias, estuviera implícito que el “libertad, igualdad y fraternidad” fiera lugar a Estados inestables, corruptelas sin fin, descontrol, injusticias sociales, un sistema de producción canalla, etc.

La letra pequeña es lo que cuenta: la masonería especulativa creada en 1717 es una degradación de la masonería operativa o de los oficios. Esta tenía un sentido tradicional y específico: hacer del trabajo una vía de acceso a la trascendencia, utilizar el trabajo para vehiculizar sobre él unos símbolos que eran, instrumentos del oficio, pero también y sobre todo, expresiones sensibles de altas ideas éticas y morales. La práctica del oficio templaba el carácter. Existía una iniciación (que todavía hemos podido conocer en los últimos “compagnons” franceses) equiparable a los “pequeños misterios”. Cuando los gremios entran en decadencia, los “comités de patronato” de algunas logias inglesas, formados por “masones adoptados” que no ejercían el oficio de cantero, se fusionan y crean la Gran Logia de Inglaterra. Primero sólo para católicos. Luego abierta para protestantes; poco más tarde, a judíos (no tanto por “liberalidad” como por incorporar a gentes con influencia y medios económicos). Se crean nuevos rituales. Es discutible, incluso, que entre los primeros miembros de la Gran Logia de Inglaterra existiera una “transmisión regular” de la iniciación procedente de los gremios. Pero, aún en el supuesto de que así fuera, desde entonces esos rituales han sido alterados en tantas ocasiones que, finalmente, se han convertido en irreconocibles. Esto sin contar con que, frecuentemente, en los últimos años del siglo XIX y principios del XX, abundaron los personales relevantes elevados en un solo día de Aprendiz a Grado 33… ¿De qué “transmisión iniciática” estamos hablando incluso en el tiempo en el que Guénon escribía sus libros?

Cuando algún masón intenta encontrar justificaciones intelectuales a su presencia en la masonería, inevitablemente llega a Guénon. Y tiene gracia, por que, los dos libros de crítica de Guénon a la modernidad (La Crisis del Mundo Moderno y El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos) lo que están denunciando, ante todo y sobre todo, es… el mundo moderno, creado, precisamente, por la ideología masónica.

Resulta curioso que Guénon terminara convirtiéndose al Islam y siguiendo una vía que, como mínimo, debería calificarse de “exótica”, especialmente en aquella época, especialmente cuando tenía en su propio país, una Iglesia Católica en la que hubiera podido comprometerse, como mínimo, con la misma seguridad de que era una “religión tradicional”, tan legítima como el Islam… y además, con raíces profundas en Francia.

En el fondo, lo que ocurrió fue que el propio Guénon fue víctima de la propia rigidez de sus teorías.

Guénon sostenía la necesidad de compartir el anverso y el reverso de la misma moneda, el esoterismo y el exoterismo de cualquier formación tradicional. En la medida en que no percibía en la Iglesia Católica huellas de doctrina esotérica (solamente “rastros” en la doctrina de los sacramentos), y en la medida en que no quiso, pudo o creyó en la naturaleza del compromiso de su amigo Charbonneau con la “Estoile Internele”, una sociedad esotérica católica… terminó convirtiéndose al Islam. Mejor no entrar en las vicisitudes de los discípulos que siguieron su ejemplo. Jean Reyor ya ha aludido ampliamente en su “Dossier” [ver zona de Descargas] a su evolución. En cuanto a Schuon, francamente, mejor aludir solamente a sus primeros escritos y evitar seguir su evolución en los últimos años y, desde luego, cerrar los ojos a los últimos capítulos de su biografía.
Si “todo lo que sube, converge”, según la fórmula de Schuon, la práctica de un “exoterismo” católico, unido a prácticas de meditación zen, no debería de ser desaconsejable. Por ejemplo. Es más, ayudaría a entender mejor el sentido de algunas escuelas de meditación cristianas, desde “La Imitación de Cristo” hasta los “Ejercicios Espirituales” de San Ignacio de Loyola. E incluso, la práctica de un esoterismo, desprovisto de exoterismo, también debería de ser aceptable, pues, no en vano, es la práctica interiorizada lo que abre las puertas de la experiencia espiritual.

En nuestra modesta opinión, las valoraciones de Guénon sobre las “desembocaduras prácticas” fueron extremadamente subjetivas y parciales y generaron pérdidas de tiempo, sino destrozos auténticos en algunos guenonianos. Ignoró o quiso ignorar, o simplemente no le interesó, que en la Iglesia Católica y en la Iglesia Ortodoxa, se encuentran técnicas de meditación que todavía hoy se practican en algunas órdenes religiosas (y mucho más en la época en la que Guénon redactaba sus obras). Ciertamente, no se alude a “esoterismo” pero, es evidente, que se está aludiendo a lo mismo. Si ahora, resulta que los textos clásicos del Siglo de Oro, de nuestros grandes místicos, no pueden ser tomados en consideración y toda la literatura mística cristiana medieval, y hay que ir acudir al Islam para encontrar una puerta de acceso al esoterismo… eso supone ignorar los contenidos del catolicismo en el terreno de la realización interior y de la espiritualidad. Harina de otro costal es que Guénon se “sintiera mejor” fuera de Francia, pero incluso allí en Egipto, existían misioneros católicos y estaban presentes órdenes religiosas con las que pudo contactar sin necesidad de romper con lo que era su Tradición de origen, el catolicismo.

Y en cuanto a la crítica según la cual el catolicismo francés había caído en el mero culto exterior, sin raíces espirituales profundas, haría falta preguntarse, a la vista de las grandes masas ululantes y despersonalizadas que acuden a la Meca o a la vista del formalismo ritual extremo de las corrientes mayoritarias del Islam, sino era como mínimo idéntica la situación. Guénon estaba casado, por tanto, no tenía acceso a los altos lugares de la meditación católica, la vida conventual, pero estas órdenes no están cerradas al mundo: Guénon hubiera podido acceder fácilmente, especialmente a los franciscanos, o frecuentar los conventos del císter. Esto lo hubiera mantenido dentro de su tradición originaria y cultural.

Por que, no nos engañemos: nada más fácil que convertirse al budismo tibetano en estos momentos de rebajas espirituales por fin de temporada, pero nada más difícil que asumir íntegramente una tradición que corresponde a otros condicionamientos étnico-culturales, lingüísticos y sociológicos. Tenemos la sensación –muy experimentada, por lo demás- que, salvo en el caso del Zen, a causa, sin duda de su simplicidad y esencialidad, el resto de tradiciones religiosas son difícilmente exportables a otros horizontes geográficos, con otros idiomas de raíces lingüísticas muy diferentes y con otros modelos mentales. La espiritualidad del desierto de la que hace gala el Islam, por lo demás, no es, precisamente, el modelo propio de nuestro entorno étnico-cultural, en donde la multiplicidad de dioses paganos, fueron readaptados en el santoral y en las fiestas cristianas, manteniéndose una frondosidad de matices que está completamente ausente en el Islam.

Guénon no vio, no quiso ver, que el camino más directo hacia la Tradición en la Francia de los años 10-40, era… el catolicismo, como, por lo demás, era completamente evidente. Y si bien en el grueso del catolicismo es posible que existiera una inercia ritualista y un mero culto exterior sin mucho contenido, si existían órdenes que se mantenían próximas a la pureza originaria y cercanas a las fuentes de la Tradición. En lugar de eso, cometió el error –víctima de su propia rigidez conceptual y de un subjetivismo absolutamente incomprensible- de sugerir indirectamente aventuras espirituales de dudosa desembocadura (la masonería) o, simplemente, exóticas (el Islam). De todos sus discípulos y lectores, solamente una minoría, se reincorporó a la tradición católica. A decir verdad, estos fueron sus lectores más coherentes.

EL ISLAM REINVENTADO POR LOS GUENONIANOS

Algunos medios Guénoniamos procedentes de los medios de la extrema-derecha realizaron una conversión sorprendente hacia el islam en la que aparecen distintas fases:

1. Inicialmente, llama la atención que los medios árabes apenas disimularon sus simpatías hacia el Eje en los años 30-40. Hubo islamistas y árabes en las SS y el Gran Mufti de Jerusalén se mostró partidario acérrimo del régimen nazi. En Irak, pero también en el Cairo, se cantaba: “En el cielo Alá y en la tierra Hitler”.

2. Estos medios de extrema-derecha se nutrían en los años 60-70 de una consigna: “Ni Washington, ni Moscú”. Primero Nasser en Egipto (régimen “socialista” laico que contó en los primeros momentos con asesores italianos y alemanes supervivientes del Eje), luego Al Asifa y Al Fatah, la resistencia palestina (en tanto que antisionista, recibió el apoyo y el asesoramiento de excombatientes de la RSI y de las SS), más tarde, el régimen “antiimperialista” de Ghadafi (que fue contactado por diversos medios de la extrema-derecha europea) y,

3. Finalmente, la explosión chiita de Jhomeini en 1978, fueron observados por los medios Guenonianos de extrema-derecha con una admiración creciente. Estos regímenes, hicieron gala de una mezcla de “antiimperialismo” y de teocratismo que fueron reconocidos como propios por los medios de la extrema-derecha guenoniana. Dado que Guénon mismo se había convertido al islam, algunos de sus seguidores, militantes políticos de la derecha, pasaron a hacer otro tanto por convencimiento ideológico, como por la esperanza de que el “antiimperialismo” de Jhomeini diera una salida real al “Ni Washington ni Moscú” que estos medios sostenían en Europa.

Así estaba el panorama a principios de los años 80. En el I Congreso del Frente de la Juventud (1980), un miembro de los “estudiantes islámicos” manifestó su adhesión a la trilogía que entonces defendía Fuerza Nueva: “Dios, Patria, Justicia”. La teocracia antiimperialista de Jhomeini, que no ahorraba invectivas hacia las tres bestias negras de la extrema-derecha de la época (el sionismo, el comunismo y el capitalismo), era mirada con admiración por estos medios y si bien no se produjeron “conversiones” masivas, si es cierto que existió un apoyo real a su causa.

Estos conversos se integraron rápidamente en la vida de las mezquitas, habitualmente frecuentadas por estudiantes procedentes de países árabes, personal diplomático y élites comerciales en tránsito. Existía cierta sofisticación cultural, discusiones de buen nivel sobre aspectos doctrinales y una práctica correcta. A partir de 1995, todo esto iba a cambiar en España con la llegada masiva de inmigrantes procedentes del mundo árabe. La masificación vino pareja al cambio de ambiente en las mezquitas, ya no se trataba de élites culturales y sociales, sino de legiones de inmigrantes, frecuentemente iletrados, con una carga más supersticiosa que religiosa, habitualmente odiando a Europa y a todo lo que Europa era y representaba, no como resultado de una reflexión doctrinal, sino simplemente por rechazo social, étnico y visceral, imanes sin preparación, prácticamente analfabetos, fanatizados y que habían asumido el islam más radicalizado, visceral y supersticioso. Pues bien, ese es el clima que hoy impera en la mayoría de mezquitas de la Vieja Europa. El islam se ha convertido en vehículo del odio social y el facto de cristalización de estos núcleos de inmigrantes.

Hay que recordar a los guénoniamos islamizados que son europeos, viven en Europa y, étnicamente, son europeos; a partir de ahora van a tener que tragar muchos sapos, doctrinales en primer lugar: por que el islam que se está predicando en una mayoría de mezquitas es el islam rigorista, wahabbita, con apelaciones constantes a la guerra santa. Y aquí no estamos hablando en el terreno teórico de la “gran guerra santa”, de carácter espiritual e interiorizado, sino de las “pequeñas miserias” de una guerra de conquista contra Europa.

El “islam real” ha terminado por interferir con el “islam ideal” sólo existente hoy en la mente de los guenonianos islamizados. El drama para estas pobres gentes es que Guénon no les enseñó a definirse… pero la vida les va a obligar a hacerlo: y van a tener que demostrar, si tocan con los pies a tierra, o si son los pies los que vuelan en las etéreas nubes del idealismo más contradictorio con la realidad; van a tener que definirse o por Europa o por el Islam. Van a tener, en definitiva, que diferenciar entre “amigo” y “enemigo”. Es decir, realizar una opción política, ante la cual, las especulaciones metafísicas guénonianas no van a servir de mucho. Lo gracioso es que, a lo peor, de esa elección, depende la propia supervivencia del pensamiento guenoniano.

Qué triste es el mundo de lo contingente que no responde nunca a las especulaciones formuladas en el mundo de las ideas.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

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