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Ignorancia y adoctrinamiento: lavados de cerebro contra la Identidad.

Ignorancia y adoctrinamiento: lavados de cerebro contra la Identidad.

Derek Matthews se vio extremadamente sorprendido de que sus estudiantes de economía de la Universidad de Cardiff, Reino Unido, tuvieran un conocimiento tan pobre de la historia de la Gran Bretaña. Matthews sometió a sus alumnos a cinco preguntas sencillas sobre la historia británica a modo de experimento. Como, según él, "todo chico de 18 años debería saberlas", realizó las preguntas a 284 alumnos de 21 años, en su primer curso de universidad. Los resultados no pudieran ser más desalentadores: solo uno de cada seis estudiantes sabía que el duque de Wellington mandó el ejército británico en la batalla de Waterloo y solo el 11.5% de los "examinados" pudo nombrar un primer ministro británico del siglo XIX. En promedio, los estudiantes respondieron correctamente solo una de las cinco cuestiones y entre los que tenía la máxima calificación en historia, ese promedio era solo de dos.

La presente noticia ha sido hecha pública en The Daily Telegraph el pasado 2 de julio, junto con las conclusiones del apesadumbrado Matthews. Según el catedrático, "esto implica que, en iguales condiciones, el 85% de los chicos sin título universitario de la misma edad que mis alumnos saben incluso menos que ellos. En otras palabras, nos encontramos con toda una generación que no sabe casi nada de la historia de su propio país ni de la de ningún otro". Para Matthews esto es "escandaloso" y "no debe ser tolerado".

El experimento no es, desde luego, un hecho aislado, dado que periódicamente salta a los medios algún que otro episodio similar en otros países teóricamente "avanzados". En nuestra opinión, lejos de los ridículos tópicos de la izquierda, que parangona a los EEUU con las cumbres de la ignorancia universal, o de, por ejemplo, la derecha liberal española, que cree que con el PSOE, y solo con el PSOE, se ha hundido el nivel de la escuela en España, no sería muy difícil concluir que la ignorancia humanística –en concreto nos referimos a campos como la geografía, la historia, la literatura o la filosofía- es una tendencia general en todo el Occidente, que progresa de manera inversamente proporcional a la modernidad y a la globalización. ¿Que, pese a ello, hay diferencias entre países? Puede. Pero también es cierto que mientras que hasta los aborígenes australianos o las tribus amazónicas pueden responder a la pregunta de quiénes son, de donde vienen y qué hacen el mundo, el hombre moderno tiene cada vez menos respuestas para estas preguntas a nuestro juicio vitales. Es absolutamente imposible que un británico que no sepa de la existencia de Wellington o de Disraeli pueda explicar qué hacía su bisabuelo en la India o sencillamente por qué se da la casualidad de que, cuando viaja a tierras tan lejanas, todo el mundo habla inglés. Mucho menos es posible que se sienta parte de algo más allá de sus amigos y su familia cercana.

Por supuesto, si entramos en otras cuestiones de mayor profundidad nos percataremos de que, sencillamente, nuestro "británico" no sabe qué hace en el mundo. Cabe preguntarse: alguien que no sabe cómo ha llegado a ser lo que es, ¿hasta qué punto puede llamarse "británico", "francés" o "polaco"? La pregunta da para discutir mucho. Podríamos incluso preguntarnos por todos aquellos recién llegados, que son "británicos" –o de cualquier nacionalidad- como mucho desde hace dos generaciones. ¿Hasta qué punto pueden considerarse vinculados al país de acogida? Aquí entra en juego una segunda cuestión porque todo este problema no es en absoluto casual.

El pasado 10 de junio Patricia Cohen escribía un artículo en The New York Times en cuyo título se preguntaba "¿Están desapareciendo los cursos tradicionales de historia?", con motivo del pesimismo acerca de la profesión de historiador respirado en la convención anual de la Sociedad de Historiadores de la Política Exterior Americana. Al parecer, en la mencionada convención tuvo lugar un coloquio acerca del futuro de la docencia de la historia y, según el moderador Thomas W. Zeiler, muchos historiadores "están a la defensiva". Según Cohen existe la opinión bastante extendida de que , por ejemplo, la Guerra Fría o la Primera Guerra Mundial van a seguirse explicando a los estudiantes como parte de su formación básica pero que, sin embargo, ha cambiado "el enfoque" en la manera de explicarlos. Se ha pasado de la historia de las instituciones y de los gobiernos a la historia de las ideas y de la filosofía con la que el mundo funciona. Así las cosas, explica Cohen, una clase sobre la Guerra Fría ya no versaría, como venía sucediendo tradicionalmente, acerca de las decisiones de los presidentes o de los secretarios de Estado, sino que "el nuevo enfoque se ocuparía de cómo las potencias imperiales trataban a sus colonias en el Medio Oriente o cómo la propaganda soviética que intentaba desprestigiar a la democracia señalando el racismo en América pudo haber contribuido a la decisión del presidente Harry S. Truman de ordenar la integración (racial) en las fuerzas armadas". El cambio es sutil, sin duda, y el artículo de Cohen se acompaña de un gráfico en el que se muestra el descenso de docencia norteamericana en Historia en asuntos como diplomacia, economía o relaciones internacionales, mientras que se observa un meteórico ascenso de los historiadores "de género", de "las mujeres", las "minorías" o de "la cultura" entre 1975 y 2005.

El fenómeno que expone el artículo de Patricia Cohen tiene una lectura bastante significativa: la sociedad americana –y la Occidental en general- se cuestiona cada vez más a sí misma. Antes se discutían las decisiones de los políticos porque el país y el modelo social eran algo indiscutible, un mero referente que todos respetaban. Hoy se cuestiona todo eso, por supuesto, según el imaginario de "izquierdas" o "progresista" que, curiosamente, es el que mejor le viene al proyecto del capital global.

Con esto quedan evidenciadas los dos pilares sobre los que se asienta el poder moderno: ignorancia programada para los más y adoctrinamiento para aquellos que quieren aprender. Este es el modo seguro de afianzar un poder que nadie va a cuestionar. El resultado ya se sabe: las personas "progresistas" son "avanzadas", sin "prejuicios" y desinteresadas en su afán por poner la sociedad patas arriba. El pasado y la tradición están siempre bajo sospecha, de modo que al final nadie tiene ni idea de que por encima de él hay un pueblo al que pertenece y para el cual tiene obligaciones.

El esquema se repite al margen de partidos porque no es una estructura partidista la que impone a la gente un modo de pensar sino que es una sociedad entera la que es acomodada a ciertos esquemas ideológicos previos, de modo que los partidos se adaptan a la nueva situación en su permanente búsqueda de votos. Naturalmente, cuando un estrato social se resiste al cambio es sencillamente ignorado por los políticos o excluido de toda representación. Esto explica porqué hay ideas que jamás van a verse reflejadas en la arena política, de manera que, por ejemplo, en España jamás va tocarse una coma de la ley del aborto o nunca va a discutirse si la inmigración es o no un fenómeno letal para los pueblos.

Todo lo que aquí hablamos tiene suficiente lógica y sentido si se contempla que el poder de los estados modernos se debate y decide fuera de los órganos públicos supuestamente creados para ello. Que cada uno saque sus consecuencias.

EDUARDO ARROYO

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