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La náusea de los tiempos: cuando la mediocridad es el denominador. Por E.Arroyo

La náusea de los tiempos: cuando la mediocridad es el denominador. Por E.Arroyo

 Lo siento pero no puedo mirar el mundo de "la actualidad" sin sentir en lo más hondo una arcada convulsa de asco. Desde el editorial de El Mundo hasta la propaganda burda de El País o la legión de "contertulios" que se desgañitan para subir los índices de audiencia en torno a "problemas" que no son tales o a problemas que sí son tales pero que ellos analizan con su ignorancia y con su estulticia banalizándolos absolutamente; todo el mundo de la política y de la "actualidad" me produce una náusea profunda. Vivimos una época literalmente democrática en la que cualquier excelencia, cualquier naturaleza que destaca, parece verse limitada al éxito económico y a la consideración social de los medios, y no a a la enjundia propia de los temas profundos, excelentes, aquellos en los que se juega el destino de vidas enteras. Así, con frecuencia nos encontramos con gente que no tiene dinero por destacar sino que destaca por tener dinero. Fuera de eso, no son personas que revistan el más mínimo interés.

Y lo triste es que, encima, personajes absolutamente, ya no mediocres, sino francamente estúpidos se ven catapultados a los puestos de dirección del Estado por meras componendas de partidos políticos que, sin que nadie lo haya discutido ni votado jamás, se han impuesto como los únicos representantes de la voluntad popular. Al igual que millones de personas contemplo la lucha partidista como un circo -y de los malos-, un circo que degraciadamente pago de mi bolsillo sin haberlo pedido. Y no solo pago (pagamos) los partidos, sino hasta los sindicatos y las películas que se nos venden como "cine español". Pese a que ni soy miembro de un partido, ni por supuesto de un sindicato y jamás voy al "cine español", y me consta que hay millones de españoles así, con mis impuestos se paga a los tres ¿por qué? El problema es que nadie se cuestiona estas cosas y tengo encima que soportar que un pollastre del autodenominado Sindicato de Estudiantes me diga que los símbolos religiosos de los colegios deberían estar "en los museos" en calidad de obras artísticas. Yo me pregunto si no es el Sindicato de Estudiantes quién debería de estar en un museo en el que explicaran bien qué necesidad tienen los estudiantes de un sindicato, como si los sindicatos habituales no fueran ya suficientemente inoperantes y parasitarios y no vivieran de explotar problemas no resueltos que precisamente por eso no tienen interés en resolver. Cuando los pipiolos de entre 14 y 25 años -por poner unos límites- cualquiera sabe que no tienen la menor idea de donde están de pié, ahora resulta que se han organizado en un "Sindicato", con toda la palabrería ridícula de los sindicatos "de clase" de la izquierda.

Todo esto lo explico para dar al lector una idea del estado de ánimo que me produce. Sinceramente pienso que es difícil concebir mayor estupidez pero el asunto es que esa estupidez, por desgracia, no se circunscribe a este puñado de casos concretos sino que está igual de presente en multitud de lugares: desde el rostro medio subnormal de un detenido de ETA a la risa primaria de Arnaldo Otegui, las declaraciones de Leire Pajín -que nadie sabe cómo ha llegado a ocupar ese puesto-, de Bibiana Aído, de Soraya Sáez de Santamaría o del doctor Montes. Un totum revolutum aparentemente heterogéneo pero unido por la mediocridad de los tiempos que le hace posible.

Por eso no puedo evitar contemplar todo este "show" que los periódicos nos muestran en nombre de no se qué "derecho a la información", como si todo ello fuera un tiovivo del absurdo, una especie de torbellino en el que la indigencia espiritual más gris gira y gira. Me saca de ese asco y me transporta a la reflexión la idea, por otro lado plenamente consciente, de que, sin embargo, es imposible que tanta estupidez, tanto "showman" disfrazado de hombre de Estado y tanto opinador sostenido por la burricie general, pueda ser causa de esa asombrosa lógica, esa certeza maléfica con la que se está destruyendo la civilización occidental, esa pérfida inteligencia que poco a poco va cortando los vínculos que unen a los hombres entre sí, y a los hombres con su pasado y su historia. Parece como si una sorprendente mente pensante empleara a un montón de cretinos y les otorgara un valor que no tienen de por sí pero que si adquieren dentro de un plan maestro y genial a la vez. Por todo ello es muy posible que el alma de este plan sea ahogarnos en detritus humano, sin que podamos atisbar un ápice de excelencia en nada ni en nadie, como modo de paralizar cualquier respuesta que afirme a la vida y a sus valores.

Confieso que todo esto es capaz de ensimismarme y de angustiarme a la vez. Por eso de vez en cuando uno tiene que escapar hacia el aire fresco y pensar que las cosas no son decididas, como aparentemente ocurre, por los peores. Es necesario fijarse otros referentes y prescindir de toda esa chusmilla de diferente pelaje que los medios, en nombre de la "libertad de información" despliegan ante nosotros como un narcótico. Esos referentes deben de ser necesariamente de altos vuelos, deben fijar la mirada arriba -desde donde siempre han nacido las cosas- como si fuera la única manera de entender cual es problema del mundo.

Estos días leo a Juan Donoso Cortés y sus palabras se me antojan proféticas. Los compadres del Sindicato de Estudiantes harían bien en enterarse quién es ese tal Juan Donoso Cortés, como modo de salir de tanta gilipollez copiada de los mayores, y quizás así aprendan que mucho antes de un supuesto "derecho a saber" está el seguro deber de formarse como personas. Así, leo a Donoso en su discurso del 4 de enero de 1849 y por la espalda me recorre un escalofrío:

"Considerad una cosa, señores. En el mundo antiguo la tiranía fue feroz y asoladora y, sin embargo, esa tiranía estaba limitada físicamente; porque todos los estados eran pequeños; y porque las relaciones internacionales eran imposibles de todo punto; por consiguiente, en la antigüedad no pudo haber tiranías en grande escala sino una sola: la de Roma. Pero ahora , señores ¡cuán mudadas están las cosas! Señores: las vías están preparadas para un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso; todo está preparado para ello; señores, miradlo bien: ya no hay resistencias ni físicas ni morales; no hay resistencias físicas porque con los barcos de vapor y los caminos de hierro no hay fronteras; no hay resistencias físicas porque con el telégrafo eléctrico no hay distancias; y no hay resistencias morales, porque todos los ánimos están divididos, y todos los patriotismos están muertos. Decidme, pues, si tengo o no razón cuando me preocupo por el porvenir próximo del mundo; decidme si, al tratar de esta cuestión, no trato de la cuestión verdadera. Una sola cosa puede evitar la catástrofe, una y nada más: eso no se puede evitar con dar más libertad, más garantías, más constituciones; eso se evita procurando todos, hasta donde nuestras fuerzas alcancen, una reacción saludable, religiosa. Ahora bien, señores, ¿es posible esta reacción? Posible lo es; pero ¿es probable? Señores aquí hablo con la más profunda tristeza; no la creo probable. Yo he visto, señores, y conocido a muchos individuos que salieron de la fe y han vuelto a ella; por desgracia, no he visto jamás a ningún pueblo que haya vuelto a la fe después de haberla perdido".

Para el genial extremeño, que vió la "globalización" un siglo antes de que empezara a anunciarse, la tiranía planetaria estaba en ciernes. Hoy no es difícil presentir su existencia en este estancamiento de cualquier iniciativa positiva en ese barrizal de la tontería de los tiempos, mientras que, por el contrario, la lógica destructiva de la época sigue impunemente operando. Frente a ese Apocalipsis Donoso era pesimista pero los hijos de nuestro tiempo no podemos permitirnos serlo; más bien tenemos que hacer el esfuerzo heroico de creer.

No se en qué pasaje evangélico -no leo mucho la Biblia- aparece esa admonición cariñosa que reza "sin mí nada podéis hacer", pero no me cabe duda de que el marasmo que vivimos solo tendrá solución con ayuda de lo Alto. Sin duda esa ayuda deberá apoyarse necesariamente en los mejores; en aquellos que se exigen a sí mismos más que a los demás y que buscan emular, no a los que hoy se considera gente "de éxito" o "famosa", sino a los que a lo largo de los siglos la humanidad siempre ha tenido como norte en la vida. Esa es la nueva élite redentora. Si queremos estar en ella y dar un sentido trascendente a nuestras vidas hemos de intentar rodearnos de excelencia en todo lo que hagamos, en nuestros actos -hasta el más nímio- y en nuestras aspiraciones. Solo ahí podrá nacer la esperanza de los tiempos nuevos.

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