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¿Y si despues del comunismo le tocase el turno al liberalismo?

¿Y si despues del comunismo le tocase el turno al liberalismo?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La reciente crisis económica ha puesto de manifiesto, una vez más, la bancarrota de los modelos políticos al uso para resolver los problemas más perentorios de los hombres, esto es, la manutención y los modos de vida económicos que permiten vivir en el sentido más biológico del término. Ni los gobiernos liberales ni otros más intervencionistas han sido capaces de acotar dentro de límites razonables a la función bancaria y a los agentes financieros. Una vez producida una pérdida de liquidez masiva por la codicia sin límites de los bancos, evidenciada por la invención de productos financieros de alto riesgo, los gobiernos, de uno y otro signo, se han visto obligados a intervenir en la función económica para salvar a los más débiles, a las gentes que viven de un salario en su mayoría bastante escaso.

Tiempo atrás, los bancos proporcionaron crédito abundante y barato, asequible a la amplias capas de la población, pero sin disponer de un suministro monetario a medida que el dinero a prestar se iba agotando, se vieron obligados, primero, a estirar todo lo posible sus activos a fin de prestar cuanto más mejor, luego a inventarse multitud de "productos" de alto riesgo. Cuando el dinero se agotó y ya no hubo más que prestar sencillamente la maquina se tornó improductiva porque ellos habían llevado el sistema hasta el límite.

En el colmo de la hipocresía, banqueros y políticos, se apresuraron a echar las culpas a la gente que no había hecho más que jugar con las reglas que ellos mismos habían puesto -dinero barato y abundante para todos-, diciendo que la gente había vivido "por encima de sus posibilidades". Naturalmente, omitieron decir que las "posibilidades", es decir, la solvencia, varía con condiciones muy diferentes y que quién es solvente, por ejemplo, con un Euribor al 1% puede no ser solvente seis meses después con un Euribor al 5%. Esas condiciones, por supuesto, las ponían ellos y solo ellos mientras los gobiernos les prestaban cobertura aduciendo la superchería liberal de que cualquier intervención del Estado en la economía equivale poco menos que a los planes quinquenales de la URSS.

Todo esto evidencia que el dinero es la sangre de la economía y que, sin él, el tejido económico se necrosa y muere. Esta función social del sector financiero -proveer de dinero al sistema económico productivo- es la que los gobiernos no han querido ver y han delegado todo en el afán de lucro de los bancos y otros agentes financieros. Pese a ello, para impedir una catástrofe que a nadie conviene, gobiernos de todo tipo y los técnicos que los asesoran -Reserva Federal, BCE, etc- se han puesto de acuerdo en inyectar dinero en el sistema, algo que hubiera podido, junto con una mayor control de los célebres "productos financieros", remediar la crisis antes de que se produjera. Esto equivale a admitir que todos los gobiernos se han hecho "intervencionistas" o, dicho en otras palabras, han asumido que en economía o se es eficaz o mejor es dejarlo y que bajo ciertas condiciones el Estado puede y debe intervenir en la economía.

Hace un par de días, Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008 y Premio Príncipe de Asturias, en una entrevista concedida a CNBC, ha pedido una segunda ronda de estímulo económico mundial. En su entrevista, aparecida en medios de comunicación el pasado 11 de agosto, Krugman llama a inyectar más dinero en el sistema financiero mundial. Esto equivale a decir que los bancos centrales prestarán a menor interés y quizás a más largo plazo en el mercado interbancario. Sin embargo, como vemos en España, los bancos que hace tres años prestaban de manera fluida y asequible hoy no lo hacen. Sería necesario pues un segundo nivel de intervención que obligara a los bancos privados a prestar en condiciones menos restrictivas o quizás a una nueva refundación de una banca pública o bien al aval estatal de ciertos créditos. Sin incurrir en dogmas de apariencia ideológica, sería necesario asegurar de manera técnicamente factible que el dinero llegara a los consumidores, verdaderos pilares del sistema económico global, algo que sin duda no está ocurriendo. Si esto sucede, luego siempre puede pensarse en modelos alternativos de crecimiento no basados en el "ladrillo" o en modelos denominados "sostenibles", pero resulta absurdo poner la carreta antes que los bueyes y confundir lo meramente económico con lo financiero, como si se pudiera pensar en modelos económicos cuando sencillamente no hay dinero con el que financiar nada.

¿Qué conclusiones pueden sacarse de todo esto? Primero, que ninguno de los sistemas políticos modernos fue capaz de anticipar, prever o regular aquello que ha ocasionado millones de desempleados en todo el mundo. Todos ellos son responsables de la crisis. Segundo, que mientras la gente de a pié, aquella que se ha limitado a trabajar y a desenvolverse en el entorno económico que le habían proporcionado bancos y gobiernos, sigue padeciendo por su futuro, los bancos continúan anunciado beneficios estratosféricos. Tercero, que los gobiernos se han visto ante una responsabilidad que no han podido eludir -por convencimiento o por conveniencia a la hora de los votos- y han tenido que intervenir en la economía.

Como corolario es necesario resaltar el fracaso de un sistema político-ideológico específico a saber, el liberal. Convencidos de que lo económico es la función principal capaz de garantizar los bienes necesarios para vivir y que todo lo demás queda dentro del ámbito de la vida privada de cada uno, protegido tras una muralla de "derechos", los liberales han fracasado también en lo económico. Para escurrir el bulto se han limitado a anunciar que los programas de estímulo fracasarían porque crearían inflación, cosa que no ha sucedido. Han ocultado además las trabas que han puesto a esos planes los bancos, al utilizar las ayudas para recapitalizarse y no para prestar dinero. Por último, se han encontrado con que los mismos que antes sostenían sus políticas monetaristas -como el BCE o el Banco de Inglaterra- ahora han secundado políticas de estímulo económico. De hecho, entre octubre de 2008 y julio de 2009 la Comisión Europea ha puesto en marcha diferentes planes de estímulo por más de 300.000 millones de euros.

Es cada vez más evidente la bancarrota del dogma de no intervención en la economía y la necesidad de intervenir cuando se dan las circunstancias para ello. La última encíclica de Benedicto XVI pone de manifiesto que la Iglesia jamás ha sido liberal en el sentido en que lo son los fundamentalistas del dios mercado y supone una voz alzada contra lo que no es sino un vano sacrificio en el altar de un ídolo decrépito, cuya fuerza viene antes del servicio que presta a las élites financieras que de su utilidad para la concordia y el bienestar de los pueblos. Hasta ahora solamente partidos y asociaciones "malditos" defendían cosas semejantes. Por mi parte, celebro con alegría que Benedicto XVI, un intelectual de enorme peso, haya manifestado que la economía debe estar subordinada a lo político porque quizás, al menos en España pero también en otros países de Occidente, puede significar el principio del fin de esa usurpación que el liberalismo ha perpetrado sobre el pensamiento conservador español y occidental, como si no existieran más recetas que las liberales para restañar las heridas en el alma del hombre de nuestro tiempo.

por  Eduardo ARROYO

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