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Perspectivas Identitarias

Perspectivas Identitarias

La nacionalidad

El europeísmo que sostiene TERRA E POVO surge de una concepción integral del hombre
—como ser natural, cultural y espiritual—, de forma que dicha concepción debe ser considerada como el principio fundamental del que parte toda nuestra línea de pensamiento. Así, pues, el problema de las naciones y estados europeos, y de Europa misma, de su unidad y diversidad, de lo que es y de lo que queremos que llegue a ser, lo enfocamos desde el punto de vista de esta antropología integral.

El concepto de nacionalidad ha sufrido enormes cambios a través de la Historia. El nacionalismo actual está basado fundamentalmente en las ideas republicanas nacidas de las revoluciones francesa y americana (siglo XVIII). Esta nacionalidad, legalista e igualitaria, contiene errores básicos: 1º, la nacionalidad se concede por ley sin atenerse a consideraciones objetivas de origen, ascendencia o pertenencia de la persona respecto a un determinado pueblo; 2º, se tiende a homogeneizar todas las partes del conjunto "nacional" marcado por fronteras históricas totalmente discutibles, producto de manejos dinásticos, guerras, alianzas o tratados tomados sin pensar en la comunidad popular y sólo en la ambición territorial o política; y 3º, el estado es concebido como esencia de la nación, de forma que aquel sustituye al pueblo en la formación de la nacionalidad. Esta tendencia legalista e igualitaria tiene su sublimación en las ideas ultraliberales del capitalismo global: mundialismo y “patriotismo” constitucional.

Desde nuestra visión integral del hombre sostenemos que la variedad humana, la diversidad étnica y cultural de los pueblos, es una realidad objetiva —evidente y empíricamente constatable— y positiva, que debe respetarse para el bien de toda la humanidad y de cada país. Precisamente manteniendo esta diversidad, logrando que cada comunidad popular ahonde en su identidad y se mantenga fiel a su propia idiosincrasia, es como se puede alcanzar el mayor grado de estabilidad nacional y de progreso material y espiritual. Así, pues, desde una visión integral del hombre reivindicamos la identificación entre el concepto de nacionalidad y la pertenencia al pueblo correspondiente. El pueblo es la instancia previa para la existencia de toda sociedad civilizada: preexiste al estado y a sus leyes. Se entiende por pueblo el conjunto de hombres de un mismo origen étnico, o sea, que tienen una lengua, unos valores culturales, unos hábitos sociales, unos antepasados, unas tradiciones, etc., comunes. El estado es sólo un instrumento del pueblo para autogobernarse y sobrevivir. Por tanto, todo pretendido derecho propio del estado que tienda a justificar por "destinos históricos" el sometimiento de otros pueblos a un igualitarismo estatista es totalmente contrario a nuestro europeísmo. TERRA E POVO reclama que se conceda a cada pueblo el derecho a conformar su propia comunidad nacional dentro de la unidad de todos los pueblos europeos y propugna la total identidad de los conceptos de "patria" o "nación" y "pueblo", considerando miembros de una nación a todos —sin distinción de sexo, clase, ideología o religión— los que pertenecen al pueblo que la conforma. De ahí que, en modo alguno nuestro nacionalismo deba entenderse en el sentido hegeliano de nacionalismo estatista —a falta de una expresión mejor, al nuestro podríamos llamarlo nacionalismo étnico— y sí, en cambio, como una rotunda posición antiimperialista: nuestra idea de nación es contraria al dominio de varios pueblos por otro, y por tanto contraria al imperialismo, al colonialismo y al internacionalismo mudialista, tendencias que, precisamente en el presente momento histórico, impulsan el proceso que llamamos globalización.

La Europa con futuro

Nosotros llamamos Europa a la comunidad de los pueblos europeos y al proclamarnos europeístas nos situamos en la perspectiva de una futura organización de los pueblos europeos, que nada tiene que ver con la actual Unión Europea. Por tanto, ideológicamente hablando, toda definición geográfica de Europa como unión de algunos países asentados en un territorio concreto —el continente llamado "Europa" o parte de este—, o toda idea excluyente respecto a algún pueblo europeo o comunidad de origen europeo, desvirtúa nuestra concepción de Europa, es contraria a nuestro europeísmo y, por ello, la rechazamos de modo rotundo. Por ejemplo, buena parte de la población norteamericana es de ascendencia europea y —aunque casi totalmente alienada por el capitalismo— forma parte de esa Europa, pues en modo alguno debe confundirse el poder capitalista que ha convertido USA en el imperio del mal con su población de origen europeo, que un día se integrará en Europa.

Ni la unión de los intereses económicos de la finanza mundialista, ni la supeditación a un sistema económico, político y defensivo pretendidamente "occidental", podrán ser la base de la futura Europa. Nuestra Europa debe ser entendida como un sólido y armonioso bloque de pueblos autogobernados, y no como una nueva forma de rígida unidad imperial. Si este bloque ha de poseer una estructura política unitaria, federal o confederal, será la dinámica histórica la que lo propicie en su momento. Sólo en aquellas cuestiones que conciernan a la supervivencia de la comunidad europea en su totalidad, debe existir una unidad centralizada (por ejemplo, en defensa, relaciones exteriores, política demográfica, territorialidad, persecución de la delincuencia, planificación macroeconómica, etc). Pero es evidente que por razones geopolíticas realistas ese bloque europeo debe empezar realizándose en aquellos pueblos más cercanos territorial y culturalmente. En este sentido la continuidad geográfica del continente europeo es un paso previo ineludible para una posterior integración de todos los pueblos europeos. Por las mismas razones geopolíticas debe evitarse una atomización de Europa en microestados políticos, que debilite su fuerza, especialmente mientras las circunstancias actuales de lucha por la supervivencia prevalezcan. Por ello la unidad defensiva europea es fundamental. En definitiva, reivindicamos una Europa sólida, suficientemente flexible y articulada, soberana y beligerante en el mundo, sobre la base de una comunidad de naturaleza étnico-cultural por encima de geografías y de obsoletas fronteras históricas.

España —al igual que Francia, Reino Unido, Bélgica, Suiza, Italia, Yugoslavia y otros países europeos— es heterogénea y pretender uniformarla de acuerdo con una perversa idea liberal de democracia o de una, igualmente perversa, idea "fascista" de nación, es un puro y simple etnocidio al que nos opondremos siempre y con todas nuestras fuerzas. No obstante, toda actuación política está mediatizada por la realidad y la realidad actual europea indica que el camino para llegar a esa Europa de los pueblos es largo y exige pasos intermedios muy ponderados. La mutación del actual "nacionalismo" al nacionalismo étnico, a corto plazo es imposible. La sustitución de las fronteras históricas por una unión de pueblos autónomos pasa por un previo entendimiento entre las estados actuales, una difuminación del cerrado "nacionalismo de fronteras" actual, una concienciación de la realidad de los pueblos que componen Europa, y todo ello sólo será posible en el ámbito de una revolución profunda en Europa, de un cambio de paradigma ideológico. Por tanto, en este camino iniciado respetamos la situación actual de las "patrias" históricas, trabajando para que se vayan imponiendo poco a poco los criterios identitarios desde una antropología integral, apoyando las autonomías progresivas —sobre todo en materia administrativa, cultural y educativa— que sirvan para poner de relieve los hechos diferenciales e inculcar en la población una conciencia étnica y un auténtico sentido de identidad colectiva. En muchos casos las autonomías sólo responden a procesos de descentralización, como es el caso español con cuatro nacionalidades bien definidas y, sin embargo, 17 autonomías. La descentralización político-administrativa en aras de una más eficiente labor de gobierno de un país es siempre discutible, pero del todo insuficiente si sólo sirve para enmascarar la falta de voluntad de adecuar las estructuras políticas del estado a la realidad humana
—étnica, cultural y lingüísticamente diversa— sobre la que se asienta.

Sin embargo, somos conscientes de que la historia, como gestora de la realidad, ha hecho que en algunos casos las nacionalidades originarias sean difusas o muy complejas, creando fuertes identificaciones que no se corresponden con la realidad étnica: en estos casos es tan absurdo no aproximarse paulatinamente a esa realidad étnica como pretender detener violentamente la inercia histórica y abrir las puertas al caos social o a la confrontación entre europeos, como lamentablemente sucede en algunas regiones de Europa (País Vasco, Irlanda del Norte, los Balcanes, el Cáucaso...). En este sentido, los movimientos que plantean su autonomía contra los demás pueblos, que invocan el odio, desprecio o rencor contra otros pueblos europeos (no distinguiéndolos de sus gobiernos), que no se muestran solidarios con los problemas de todos los pueblos, sólo constituyen la máxima manifestación antieuropeista, y en la mayoría de los casos no son más que marionetas en manos de la derecha burguesa o del marxismo residual, bajo una máscara nacionalista. Condenamos estas actitudes y toda tendencia separatista, entendiendo por separatismo la falta de cooperación entre los pueblos europeos. No puede considerarse separatismo los deseos de autogobierno de los pueblos europeos, sino el odio, el rencor o la falta de solidaridad entre ellos: los problemas de carencia de recursos de un pueblo europeo deben ser solucionados por la ayuda incondicional y total de la comunidad de pueblos europeos, no fomentando la emigración masiva, que empobrece la región aún más, sino creando allí las bases para un desarrollo sostenible.

Naturalmente, TERRA E POVO se opone a la inmigración masiva e incontrolada de extranjeros, fomentada por el neoesclavismo capitalista, y denuncia la miseria económica, cultural y social que el capitalismo genera en los pueblos de los que parten las actuales olas migratorias. Europa deberá revisar sus leyes de extranjería y establecer una legislación común que garantice tanto la integridad étnica de los pueblos europeos como el máximo respeto a los extranjeros residentes, y también sustituir las perversas políticas de "integración" promovidas hoy por la maquinaria capitalista, por otras más justas y realmente solidarias de cooperación y ayuda al desarrollo de los países pobres o empobrecidos. En cualquier caso la mayor amenaza para la supervivencia de Europa, no viene del exterior sino de los propios europeos: la bajísima tasa de natalidad de la población europea compromete seriamente su futuro. La ideología materialista e individualista que fomenta —una vez más— el capitalismo, aleja al hombre europeo de su natural y tradicional modo de vida, lo hace esclavo del dinero y profundamente egoísta. Por ello un "europeísmo" que no de prioridad a la defensa de la vida, de la unidad familiar, del vínculo matrimonial, a la promoción de la mujer, de la maternidad... —como el que se fomenta desde la UE—, corre en la misma dirección que el capitalismo y está condenado al mismo final.

G.L.D. (Ethnos2000)

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