El Paganismo: un ecumenismo "avant la lettre". Por Juan Pablo Vitali
JUAN PABLO VITALI
“Los dioses no están muertos: sólo está muerta nuestra percepción de los dioses. No se han ido: nosotros hemos dejado de verlos […]. Pero continúan estando aquí y viviendo como siempre han vivido, en la misma perfección y en la misma serenidad.”
Fernando Pessoa, El retorno de los dioses
(Citado por Alain De Benoist en ¿Cómo se puede ser pagano?)
No puede desconocerse la influencia de los antiguos cultos paganos en desarrollo del cristianismo europeo. Mucho se ha escrito sobre el tema y no me corresponde a mí, como profano, dar cátedra sobre materia tan complicada y extensa. Sin embargo, quiero aportar alguna reflexión, y un humilde e insuficiente enfoque.
Constancia y paciencia han tenido los sacerdotes católicos en la prédica de la cristiana fe en todo el mundo, pero aunque el catolicismo predique el amor, como éste no existe en estado puro, ha ido siempre acompañado de la espada. Una religión nunca está desvinculada de la realidad política terrenal de los pueblos que la profesan.
Se sabe que los romanos no imponían su religión a los pueblos conquistados, y que aún exigiendo el respeto por el culto propio y por el Emperador como pontífice máximo, permitían el libre ejercicio de la religión del lugar. Esto no es así en las religiones monoteístas. Al tener necesitar éstas establecer un único dios para todo el mundo, les sobran los demás dioses.
Nadie puede negar que la cultura europea le otorgó un sesgo particular a las más altas cumbres del catolicismo, y que esto tuvo varias interpretaciones y tendencias a través de la historia. Sólo basta recordar las discordias entre güelfos y gibelinos.
Los durísimos enfrentamientos para imponerse sobre el paganismo no impidieron que el cristianismo europeo se viera influido por los paganos en sus ritos, en su forma de ser. A veces pasa que lo que no se gana en la guerra, se gana después en la paz.
Esta introducción es una excusa para llegar al meollo de la inquietud, que es el siguiente: ¿Por qué personas que profesan una religión como la católica, hoy en día tolerante con casi todo el mundo, se rasgan las vestiduras si alguien evoca un eventual retorno de los dioses paganos? ¿Por qué tanto asombro cuando, ante la despiadada destrucción de la cultura europea, algunos europeos tienen el atávico reflejo de volver a sus orígenes más remotos?
Los clérigos que predican la estirpe judaica de Jesús, que predican la hermandad con el Islam, que rescatan los cultos animistas de las tribus más remotas, se rasgan sin embargo las vestiduras cuando se invoca el nombre de Odín.
¿O es que el cristianismo europeo tiene menos posibilidades de dialogar con Zeus que con un tótem? ¿O es que el culto que profesaba Aristóteles, tiene menos que ver con los cristianos europeos que el sincretismo admitido y promovido en la América Andina? ¿Tan extraño es que hablando un dialecto del latín, pueda uno preguntarse por los dioses de la antigua Roma?
Sería estúpido negar milenios de cristianismo, el medioevo y el gótico, como sería estúpido negar el Renacimiento. Igual de estúpido es ejercer una persecución religiosa contra los pocos hombres que quedan para defender la identidad del gran Occidente europeo en todas sus manifestaciones, entre las cuales el paganismo es una de las más importantes.
Detrás de todo esto hay algo que nada tiene de religioso, y es la adhesión incondicional al actual sentido del mundo, y que la cosmovisión y la forma de ser de las antiguas religiones paganas, puede resultar incompatible con ese sentido del mundo, como lo fue sin duda en alguna medida el catolicismo medieval, como un cristianismo florecido en Europa y que acaso para siempre ha sido desplazado por otro cristianismo, sincrético, adaptado a los tiempos, modernista.
Lo que hace que se pueda volver a hablar de paganismo no es ni una Iglesia, ni unos sacerdotes, ni un grupo de rock. Es la profunda angustia de algunos europeos que, ante la nada que tienen en frente, buscan, acaso desesperadamente, la esencia de Europa en los antiguos dioses vencidos. Vencidos, pero no muertos, porque sólo la carne muere para siempre.
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